El monje, durante años de paciente búsqueda...siempre decía “basta respirar para que sea posible” o “la fe y la voluntad lo pueden todo”. Lo que buscaba le había costado años de sufrimiento. Debió partir como un fugitivo, a otras tierras y otros horizontes que lo alejaban de su verdadero origen. Pero, sin saberlo, aquel periplo forzado lo llevaría por una nueva senda, la de la búsqueda perpetua por un conocimiento superior...
Supo considerar perspectivas diferentes a las habituales; venía de una aldea y, sin embargo, su pensamiento estaba hecho con un sentido planetario. Sabía, desde sensaciones muy profundas, que si había nacido debía aprovechar tan mágico destino.
¿Qué sentido tendría la vida si tan solo naciera para morir en el mismo lugar? ¿Por qué aceptar la minúscula parcela si el cosmos era infinito? En definitiva, ¿por qué recluirse en un mundo tan pequeño y precario si se podía romper el molde preconcebido de lo que ya existía?
El tiempo y el espacio no tenían medida, empero, el hombre se esforzaba por estar subordinado a límites mentales.
Había cosas que nunca aprendería entre aquellos que solo veían lo inmediato; si unos debían cubrir la urgencia del alimento diario, otros debían satisfacer sus apetencias en forma de palacios y casas lujosas. Pero ni uno ni otro escapaban a la mediocridad. La vida era una lección en la que los hombres se examinaban todos los días. Si esto era cierto, entonces enfrentaban una y otra vez las mismas preguntas sin alterar las respuestas. El hombre era, en definitiva, un eterno repetidor de curso, incapaz de superar los niveles de prueba hacia un conocimiento superior. Sus intereses se movían a nivel del mar, cuando las posibilidades estaban allá lejos, allí donde reinaba el cosmos.
En el llano se aglomeraban todas las especies para confundirse.
Comprendía, así, que estaba hecho de otra naturaleza. No podía aceptar pasivamente lo que se le había impuesto y lo que se le había enseñado. Y puso en juego su vida. Arriesgó el cuerpo y el alma, sólo por retener una libertad de la que quisieron despojarlo. Conservaba un carácter diferente al de la gente que debía enfrentar, donde era costumbre las agresiones de los individuos estrechos y las instituciones proclamadas como justas...
Debía estar preparado para las circunstancias que vendrían. Toda su vida, hasta aquí, había sido más que una promesa, una realidad completa de nuevas experiencias, inéditas, curiosas, extrañas y, sobre todo, auténticas y tangibles. No necesitaba de terceros para explicar las causas y los efectos. Él mismo fue Ulises en su propio cuerpo. Y aprendía de los hombres y de las mujeres, de los maestros y las diosas-magas, los criminales y las prostitutas. Aprendía en la virtud y en lo perverso, en lo indigno y en lo sublime...
Todo aquel mundo y las bibliotecas y códices prohibidos habían contribuido a formar una idea cabal de su esencia cristiana pues su mente se hizo abierta y flexible para aprender de todos, de los paganos y de los judíos, de las doctrinas orientales y de los estoicos griegos. Era un judío-cristiano, aunque primero había sido y seguía siendo, una lámpara cósmica con la llama encendida agitada al viento...un cometa atravesando el cielo nocturno, iluminado como una estrella que nunca tuvo tiempo ni medida...
El Monje Negro del Apocalipsis, Capítulo XXII: "El Concilio de Efeso" (Novela Histórica Registrada)
(Puedes solicitar copia completa en PDF a su autor a través de: carca4@alumni.uv.es)
Carlos Cabrera