Argentinos/as !!!

La Historia y la Literatura tienen mucho que decir sobre nuestra Identidad. Mi visión no es el único perfil, pero lleva como finalidad la integración del colectivo que consolide la Provincia 25. De manera que funciona como puerta abierta a la memoria y al conocimiento de aquello que, bien o mal, nos pertenece y nos representa. Hecho con afecto para todos los compatriotas...



viernes, 23 de septiembre de 2011

La Revolución de Mayo (si hubieran existido las redes sociales)



He aquí cuando se unen conocimiento, imaginación, actitud y placer por la enseñanza y el aprendizaje. Felicitaciones al grupo docente y alumnos del 1º Polimodal del Colegio "Confluencia", Neuquén, Argentina.

lunes, 5 de septiembre de 2011

El indio y la canoa (leyenda guaraní)

En la selva misionera vivía un indiecito guaraní. Todas las tardes acostumbraba a navegar en su canoa río abajo, sobre todo cuando no llovía (porque en esa región del litoral argentino siempre llovía y, aún, sigue cayendo agua  a raudales). De vez en cuando, llegaba hasta el pueblo para rezarle una oración a la virgen. Era muy devoto, como sus ancestros que habían abrazado la fe cristiana sin abandonar sus propios ritos, lengua ni costumbres. Por estos lugares, gracias a los jesuitas, convivieron en un ámbito de mayor tolerancia y mesura y, cuando aquellos fueron expulsados, se refugiaron en la selva durante siglos. Así, de domésticos y sencillos que eran, volvieron a ser los mismos salvajes de siempre huyendo a través de la jungla. Había pasado mucho tiempo desde aquellos enfrentamientos donde la sangre había hecho su propio río. Ahora, él volvía  a ser el indio soñado en tantos encuentros mágicos junto a la cascada gigante donde cruzaban los senderos argentinos y brasileño-paraguayos. Porque allí reinaba en toda su extensión la naturaleza del mundo. Los límites de la selva los devoraba el agua que fluía con la fuerza de un dios poderoso. Y todo se parecía al edén de la tierra viva. No había dos lugares idénticos en el orbe. Este era inconmensurable y bello. Y su espacio lleno de misterio era su vida y su ilusión cuando tomaba el remo y desafiaba al  río amenazante remontando hacía la caída del agua. La Garganta del Diablo era una gran U, majestuosa y trepidante. Nadie nunca se había arrojado al vacio de la gran cascada, salvo los dioses que la habían creado. Allí el Iguazú produce grandes efluvios de azar que  impregna  el aire candente de la tarde, cuando los colores del arco iris brotan en los átomos suspendidos del agua.
A nuestro pequeño indiecito le gustaba descender en la ribera del río y buscar escarabajos que los comía fritos o descubrir huevos de iguanas y patos que tanto le gustaban en el desayuno. En sus travesías siempre había que ir con cuidado. Las serpientes y los yacarés deambulaban en su territorio en busca de una buena presa. Pero a él no lo intimidaban ningún bicho ni fiera salvaje. Estaba acostumbrado a los desafíos secretos  de la selva misionera.
Cuando regresaba a su aldea cumplía con sus obligaciones de buen muchacho ayudando a las madres en la recolección de las hojas de la yerba mate (le encantaba la infusión) o recolectando frutos silvestres. Cuando llegaba la noche, la sopa paraguaya hecha de maíz  se acompañaba con zapallo y  mandioca, su plato preferido. Por último se reunía con la gente de la aldea para fumar tabaco (a escondidas) y ver la danza de los espíritus malos que, al ritmo de los tambores y las sonajas, huían en la noche oscura.
Así crecía, en su propio mundo, con sus propias costumbres y en su propio orden cosmológico. Hasta que llegaron unos hombres más salvajes, con cruces y espadas...y acabaron con todos. Desde entonces él huye por la selva como un espíritu vivo, como un fantasma errante bajo la fuerza de Ñamandú (Dios del viento) y Tupá (Dios de la lluvia y el trueno) y corre secretamente por el edén de la morada eterna al que todos llaman Ivagá.
Por eso las jóvenes del lugar llevan flores en sus cabellos y túnicas de colores, pues dicen que los dioses buenos son benévolos con la naturaleza y los novios se enamoran en las aguas mágicas del mismo río.

Carlos Cabrera