Civilización o Barbarie en las calles de Buenos Aires:
Antes que Sarmiento expusiera su ensayo sobre Civilización vs. Barbarie ya existía un concepto colonial de separación de razas, de piel y de modelos para la futura Argentina: Lo autóctono y lo europeo. El tiempo sucesivo y las Instituciones no hicieron más que reformular la apariencia en un modelo social a seguir como ejemplo: El dominio de los blancos ilustrados frente a los ignorantes destinados a ser la mano de obra esclava, sierva o mal paga.
Antes que Sarmiento expusiera su ensayo sobre Civilización vs. Barbarie ya existía un concepto colonial de separación de razas, de piel y de modelos para la futura Argentina: Lo autóctono y lo europeo. El tiempo sucesivo y las Instituciones no hicieron más que reformular la apariencia en un modelo social a seguir como ejemplo: El dominio de los blancos ilustrados frente a los ignorantes destinados a ser la mano de obra esclava, sierva o mal paga.
El gran
maestro y los otros petulantes representantes de la Organización Nacional y los
de la Generación del 80, no hicieron sino más que adecuar el modelo a una
educación primaria para los pobres y la formación universitaria para las clases
selectivas. “Las masas ignorantes hay que
educarlas con la razón”, decía Esteban Echeverría…si, claro, con la razón
de los poderosos. Así, muy pronto con la llegada del inmigrante, quedó en
evidencia el fin último: Construir una Argentina a la europea. Y no es un dato
más, pues fue el modelo que imperó enfrentada a la Argentina mestiza, oscura,
sumisa y pobre.
Mientras la
Ley Sáenz Peña (1912) fue un salto de calidad alcanzado bajo la presión de
nuevos movimientos políticos ideológicos que dio lugar y espacio a los hijos de
los inmigrantes que duplicaron la población Argentina en tiempo record (1875
-1910), hubo que esperar la llegada de un movimiento de masas para revertir la
injusticia social de un dualismo que nunca acabó: Los pies en las fuentes de
Buenos Aires que oscureció el agua aquel 17 de octubre de 1945 volvió a colocar
al país en la disyuntiva original: Civilización o Barbarie.
Y, a pesar que
el tiempo avanza, inexorable y fatal, el maniqueísmo Sarmientino parece
reflotar en las calles y la sociedad argentina. La xenofobia nunca fue
extinguida porque persiste el modelo donde unos quieren vivir a la europea y
otros parecen invasores en su propia tierra. El país se ha latinoamericanizado
en la piel y en sus búsquedas más profundas. Ya no podemos contrarrestar el 61%
de sangre autóctona que corre por las venas de las mayorías.
Sin embargo,
las recientes y sorpresivas marchas de “grupos
espontáneos” por las calles de Buenos Aires (“el que no salta es un negro”, dicen que gritaban), más allá de
ciertas protestas justificadas como es el tema de la seguridad ciudadana que
debe proveerla el Estado, careció de otro argumento sólido imaginado por los
propios medios de comunicación enfrentados al Gobierno Nacional (libertad para
operar libremente con moneda extranjera, supuesta pretensiones de reelección,
el voto joven, “la Cristina” es
prepotente y compra zapatos caros, en fin…).
Tengo la misma
sensación que viví en España, la xenofobia bruta de no aceptar al diferente, la
de crear espacios exclusivos para los que parecen educados, bien vestidos,
exquisitos y, sobre todo, creerse parte de una raza superior por voluntad de
los dioses, del destino o de un supuesto mayor coeficiente mental pues son los
que alcanzan las funciones de mando cuando, en realidad, siempre fue la
ausencia de igualdad de oportunidades que implementaron la mayoría de los
gobiernos elitistas y dictaduras varias, lejos de un modelo nacional y popular
(llamados por los mismos europeos en crisis terminal como “Gobiernos Populistas”: Buenas broncas tuve con los entendidos
catedráticos/as que pretendían imponer una verdad subjetiva a sus alumnos que
nada cuestionaban).
Cuando la
Civilización habla, el bárbaro debe callarse. Tal vez allí radique algo del
por qué la fuerza bruta de los seguidores de Rosas, Perón o de nadie, y se resista frente a los otros argentinos más afortunados. Hay un odio
perceptible entre las partes en pugna. Temo que la violencia sea explícita entre
unos y menos perceptible entre los otros. La violencia en cualquiera de sus
formas degrada al género humano. Esta verdad supera el color de las razas, pues
agrede la condición humana. Y la agresión tiene mil formas implícitas.
Puede que el
maniqueísmo de Sarmiento siga vivo y, nuevamente, empuje a nuestro pueblo al
abismo aterrador que nos involucró con las sombras del pasado, precisamente
cuando estamos más cerca que nunca de la unidad latinoamericana y de la
liberación de los pueblos hartos de que otros decidan por su
libertad y por su destino.
Prof.
Lic. Carlos Cabrera, Buenos Aires, septiembre 20 de 2012
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