El caso del
Nacionalismo lingüístico representa en el ámbito de la nación española un
tema polémico. Tanto el Estado Español,
como aquellos que se reconocen como una Nación dentro de una Nación, no han
resuelto del todo el ámbito de acción de cada lengua y sus
atribuciones dentro de un espacio concreto. Así el uso de la misma sigue siendo
causa de conflicto entre España y ciertas autonomías (País Vasco, Cataluña,
Comunidad Valenciana, etc). Existe un darwinismo lingüístico en el cual se
quiere demostrar que la lengua más fuerte impera y absorbe, anula y/o
desprestigia, en el tiempo, a las demás. En tal sentido, son aclaratorias las
palabras de Lizcano (2006:58) citadas por
Moreno Cabrera cuando afirma: “el
secreto de la dominación estriba en colonizar el imaginario del otro
imponiéndole el mundo de uno como el único posible” (2008: 22). He aquí la
primera limitación de una lengua, la de estar subordinada a otra superior. Pero
bien, ¿cuál es la base teórica de tal apreciación? Pues se pretende explicar
como un hecho natural lo que fue meramente político. El Estado español surgió
en el siglo XV con los Reyes Católicos que unificaron el territorio peninsular
(al que se sumaría Portugal con FelipeII) y, ante la variedad de lenguas, fue
necesario evitar el cataclismo lingüístico inventando el concepto dialecto. Así
el castellano abandonó su condición secundaria para transformarse en lengua
nacional y estandarizada (Moreno Cabrera, 2008: 42).
Hay algunos
ejemplos curiosos en el cual ciertos sectores de la sociedad se involucran
voluntariamente con una lengua; así sucedía con la aristocracia valenciana de
la ilustración, que abandonaron el uso del catalán (que no el valenciano) a
favor del castellano, pues de ese modo se emparentaban con los grupos de poder
y tomaban distancia de los llauradors
que sólo conocían su lengua materna (de hecho, su escasa movilidad, contribuía
a sus limitaciones para el aprendizajes
de otras lenguas). Hoy, en cambio, se aprecia hasta cierta necesidad afectiva
por hablar la lengua nacional de una región determinada de España
(independientemente de su condición social) no sólo para separar el concepto de
español y el de catalán, vasco o valenciano, sino también para tomar distancia
de los foráneos que invaden su propio territorio. Basta con tomar el metro y
escuchar a los hablantes de cualquier ciudad española comprometida con su
lengua.
Esto nos lleva
a sacar conclusiones concretas sobre las apreciaciones de Hurford en torno a la
lengua. Su tesis está planteada de entrada: ¿Es posible otra lengua diferente a
la mía y sobrevivir? Es evidente que nuestro marco mental es limitado y no
concebimos “vida” donde no se habla nuestra lengua. ¿Acaso sobre la faz de la
tierra no viven 7.000 millones de habitantes? Vivirán mejor o peor, pero viven
y hasta, incluso, se comprenden. Ahora ¿es posible que yo y un chino podamos
comprendernos si no hablo su lengua y él tampoco la mía? Aquí es donde falla la
tesis de Whorf. Puede que la lengua materna entre dos seres vivos (humanos) sea
diferente, pero ellos serán capaces de encontrar otras formas de comunicación
si, efectivamente, las circunstancias lo requieren (un ejemplo sencillo, dos personas que deben
sobrevivir en situación extrema o dos personas que se aman). La tesis de Whorf
no es válida en términos absolutos, por lo tanto no es científica. “Si solo hablas una lengua, te pierdes otros
modos de ver al mundo”: lo que en la entrevista de Hurford está planteado
como interrogante, yo lo planteo como afirmación.
El tema viene
enlazado con la novedosa situación política española (prevista en 2010 por los
argentinos que vivíamos en Europa) pues siempre es idóneo amenazar al enemigo
cuando muestra dificultades para mantenerse en pie; el nacionalismo catalán lo
sabe y actúa. Ya había adquirido privilegios con el Estatuto Autonómico y,
luego, llamando lengua extranjera al castellano en los programas escolares. Y,
mientras el PP local celebraba la adhesión de los hispanistas radicados en
Cataluña, los catalanes se lanzaron a redoblar esfuerzos en pro de su
independencia. La lengua ha sido el arma predilecta pues es la principal
expresión de toda cultura.
En la
Comunidad Valenciana también procesaron una actitud parecida, pero más por una
pose ridícula que por una conversión atea. Un ejemplo absurdo: Los docentes
valencianos ingresaban a los institutos secundarios catalanes con el curso del
valenciano-medio aprobado en cualquier parte, mientras que los catalanes en
idénticas circunstancias debían rendir su propio idioma apenas cruzaban el
límite interprovincial al sur. El reconocido corrupto Presidente de la
Generalitat, el señor Camps, hablaba el español fuera de su comunidad y un
pésimo valenciano entre las multitudes que lo votaban. Imposible que lo hiciera
un catalán en idénticas circunstancias. Uno se sabe comprometido, el otro
apenas alcanzaba una representación vulgar de lo que pretendía escenificar.
La
argumentación científica la descubrí en la Facultad de Filología de la
Universidad de Valencia (donde cursaba el doctorado): “El origen del valenciano hay que buscarlo
en la lengua oficial de Cataluña”, muy a pesar de los ciegos fanáticos que
veían en la Ciudad de las Artes el ombligo del mundo para que alguna vez se
postulara (con la insoportable Rita Barberá cuyos discursos jamás expresaron
algo filosófico, artístico ni científico) capital de la Cultura Europea.
Cosas
parecidas acontecen en el país Vasco y en Galicia, unos que van más allá de la
lengua y otros que defienden el dialecto de su propio origen.
Lengua o
Dialecto, una riña histórica que lleva el sello de una cada vez más probable
separación nacional. Cada movimiento de pieza catalana abre una brecha
irrecuperable para España.
Prof. Lic. Carlos Cabrera, Valencia enero
2012.
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