En la República de Platón, Sócrates indaga si "¿Acaso no es virtud humana la justicia?" (1) reflexionando, de esta manera, sobre uno de los pilares de todo sistema democrático. Si el hombre es un ser racional la diferencia lo hace superior entre las especies. Ahora, bien, el sentimiento de justicia imperante podía ser dado por los dioses o por los hombres. La época de Sófocles debía ser muy precisa en tal sentido, más aún considerando el valor educativo y aleccionador que debía poseer la tragedia como parte de un sistema político. "La polis es un orden cuyo principio no es otro que la justicia, ya que al carecer de él los hombres cometen injusticias y no es posible vivir en comunidad…" (2), un concepto que define la condición básica necesaria bajo la cual debe convivir el hombre con sus semejantes. Este principio se refuerza en la capacidad de discernimiento que tiene el hombre, un animal racional, apreciación que Aristóteles rubrica en "Politica": "…frente a los demás animales, los seres humanos, tienen como propio poseer el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto…" (3). Es así, que en la Antígona de Sófocles aparece en discusión un aspecto primordial de la trama: El acto de la necesaria justicia para que el hombre la conociera. Y es Creonte quien debe reafirmar el valor de la misma en su condición de principal representante del poder de un Estado. El problema de fondo es que enfrente aparece una muchacha decidida a transgredir. Su principio moral que la lleva a actuar de una determinada manera está sostenido por el concepto de lo justo. Por lo tanto, quedan enfrentados dos principios similares, aunque no idénticos: El concepto de justicia y el concepto de lo justo.
Creonte actúa sirviéndose de una ley, una ley hecha por el hombre; Antígona se vale del principio humano de valor universal. Esta fricción es lo que choca y produce la tragedia. Si Antígona no hubiera faltado a la ley, no había argumento, al menos, en su desarrollo, con estas características:
"(Antígona dirigiéndose a Creonte)…las leyes no la ha hecho Zeus, ni la justicia que está sentada al lado de los dioses subterráneos. Y no he creído que tus edictos pudiesen prevalecer sobre las leyes no escritas e inmutables, puesto que tú no eres más que un mortal…no es de hoy ni de ayer pues son inmutables…y nadie sabe cuanto hace que nacieron." (Sófocles:"Antígona")
El tema de la justicia y de lo justo también se plantea, de un modo semejante, en "Antígona Vélez". No obstante, es necesario ubicar la obra en un contexto geopolítico menos preciso y mucho más incierto que la ateniense del siglo V, a.n.e. El ámbito semibárbaro de la frontera no representaba el espacio más idóneo para determinar con precisión las leyes que regían al sistema político constitucional, todavía demasiado joven e inmaduro. La Organización Nacional (con Mitre, Sarmiento y Avellaneda) sabía muy bien que para acabar más que con los malones, antes debía acabar con los alzamientos de los caudillos del interior. Civilización versus Barbarie era el concepto directriz. A esto se le sumaba el problema social del gaucho, caracterizado más como un inconveniente que una solución al problema. O estaba del lado del indio o era perseguido para aumentar la presencia del ejército fronterizo, como soldado improvisado de los fortines en la línea del Salado (Ley de Fronteras de 1868), y más allá conforme se extendía el dominio del hombre "blanco". Estas iniquidades quedaron inmortalizadas en la primera parte del "Martín Fierro" (1872):
"Cruz y Fierro de una estancia / una tropilla se arriaron / por delante se la echaron¨/ como criollos entendidos / y pronto, sin ser sentidos, por la frontera cruzaron".
Este breve fragmento en el final de la primera parte es muy ilustrativo para describir la época y el ambiente geográfico en los cuales se asienta la versión nacional de Antígona Vélez. Cruz es un desertor del ejército que se une a Martín Fierro para huir de una "civilización" atroz. Roban caballos de una estancia, es decir, de unas tierras privadas que bien podría ser, con un matiz simbólico, "La Postrera" de Facundo Galván, la personificación humana de la ley de frontera. Es por eso, difícil establecer con precisión hasta dónde se excede en uso de sus facultades el Creonte de Marechal.
"Don Facundo es un hombre como de acero. Él ha defendido a "La Postrera" desde que murió su dueño, Don Luis Vélez", dice el hombre 2.
"Luis Vélez: yo lo conocí. Murió sableando a los infieles en la costa del Salado", responde el viejo.
Facundo Galván es la continuación del sentimiento del padre de Antígona. Debe proteger sus tierras y debe hacerlo con mano de acero. En un mundo áspero, semisalvaje, no había lugar para decisiones turbias:
"Voy siguiendo las leyes de tu padre", dice Facundo a Antígona.
No era una excusa para justificar su decisión de no enterrar a Ignacio, el traidor, sino una ley necesaria para asegurar el futuro civilizador. El punto no es definir si estamos o no de acuerdo, sino determinar si Facundo Galván se extralimitó en las funciones concedidas por el ausente padre. No es un juez, ni una autoridad del Estado (aunque en el mundo histórico y real de la época sobran ejemplos de abusos e injusticias en nombre de una falsa autoridad civilizadora); es el responsable máximo, tras la muerte de los hermanos, del orden y la justicia en las tierras de los Vélez. Empero Antígona deja entrever un principio que está más allá del mundo de los vivos y en el cual éstos no tienen poder para decidir:
"Dios ha puesto en la muerte su frontera" (cuadro segundo)
"La llanura es ancha y caben todos los muertos", grita el coro de mujeres; "es una ley antigua la que nos manda esconder abajo nuestras miserias", responden los hombres (final del cuadro segundo).
Hay un principio que no tiene medida en el tiempo, una norma que viene de un pasado, de un referente consuetudinario añejo y de carácter profundamente cristiano. En el mundo colonial y, por extensión, el de los criollos, siempre hubo un sentimiento sagrado en relación a los muertos, una especie de temor en el más allá que fue estimulado por el folklore rural y campestre. Todo cuerpo debía descansar bajo tierra para apaciguar el alma del difunto. La gente era muy temerosa de aquellas creencias pueblerinas. Y el contexto de hombres y mujeres que se mueven en torno a los protagonistas lo saben. Puede que el respeto a los muertos motivara al conjunto a que Ignacio Vélez recibiera cristiana sepultura, sin embargo, en Antígona, a semejanza del modelo original, la mueve una determinación superior:
"(A Facundo Galván) Yo seguí otra voluntad anoche…y está por encima de todas" (cuadro tercero).
El sentimiento dominante en Antígona es el de la sangre, pero también el de un principio superior que no está escrito y que se impone por ser justo, aunque rompa con las directrices de lo que es legal o está ordenado. Es la trasgresión en contra de un sistema y la rebeldía contra la justicia inmoral.
En Galván el sentimiento de culpa no existe y justifica sus actos como una premisa necesaria para un futuro civilizador que lo evocara satisfactoriamente, del mismo modo en que se ilustraron a agentes y funcionarios del Estado argentino, en detrimento del verdadero dueño de aquellas latitudes perdidas en el desierto, el indio, y con la extinción del verdadero hijo de las pampas, el gaucho. La última frase de la tragedia de Marechal, en los labios de Facundo Galván, es un esbozo del pensamiento civilizador de la época de la Antígona Argentina:
"Todos los hombres y mujeres algún día cosecharán en esta pampa el fruto de tanta sangre".
1- Platón, La República, I-IX.
2- Bañuls-Crespo, 2007: Pág.73.
3- Aristóteles. Política, 1253a, 15-18.
Carlos Alberto Cabrera; Facultad de Filología ("El Teatro Griego como Texto Patrimonial", bajo la dirección de los Profesores Carmen Morenilla y José Vicente Bañuls), Universidad de Valencia, mayo de 2008.
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