Cada uno a su manera justificaba las premisas de la ciencia o del arte. Eran ideólogos, sí, pero lo suficientemente flexibles como para transformar una verdad. Una de esas tardes, en que las personas insoportables merodeaban su territorio, el literato relució una pregunta para que nadie la comprendiera: "La historia es una ciencia cuyos procesos pretéritos exigen afirmaciones, por lo tanto, ¿Cuándo un hecho debe ser considerado verdadero?", a lo que sólo su amigo de ejercicios mentales, el historiador, respondió con premura: "Cuando se demuestra que ha sido real porque las fuentes así lo expresan". Aristófanes, insatisfecho, inquirió: "Entonces, ¿Cuándo una fuente es verdadera?".
El comediante griego vivía afectado de una creencia muy particular desde que había leído a Borges. Dudaba tanto de la Historia que la Literatura le parecía más fiel a la realidad. Siempre murmuraba en voz baja para no parecer agresivo: "Cómo voy a creer en la historia si es una construcción del hombre para justificar sus actos, sus doctrinas, sus excesos y su muerte".
Heródoto tampoco se quedaba atrás en esto de argumentar a favor del rigor científico que debía imperar en las interpretaciones; ya lo había sugerido en reiteradas oportunidades: "Si no creemos en la fidelidad del hecho histórico será porque tu esposa te engaña".
Ahora los involucraba una novela. Aún resuena el espíritu de aquel último diálogo antes de que la editaran:
- Mi querido profesor –irrumpió Mister Heródoto con su ironía delicada de siempre – ¿Cree usted que este libro vale la pena? Si lo ponemos entre los de historia dirán que es ficción literaria y si lo ponemos entre novelas de tono filosófico dirán que es un libro demasiado simple. Yo propongo, si es que efectivamente vale la pena, ponerlo entre los libros raros de difícil clasificación. De hecho, ya hay uno para esta nueva categoría...el mío.
- Bueno, mi estimado camarada. El libro que usted escribió y éste son versiones profundas del pensamiento humano, sólo que el suyo se construye desde lo histórico con observaciones literarias y, éste, desde lo literario con observaciones históricas.
- ¡Y dale que va! Un obra o es histórica, para lo cual el uso y el análisis riguroso de las fuentes es primordial, o es literaria, para lo cual el arte de la invención es totalmente libre.
- Sí, Doctor...está en lo cierto, pero déjeme agregar: Usted hace interpretación de las fuentes y puedo diferir con sus conclusiones; por otro lado, lo que me temo representa mi argumentación más sólida, quién le dijo a usted que la fuente consultada es verdadera. Puede no serla. Fíjese el planteamiento doctrinal que hace la Iglesia una vez extinguido el cristianismo primitivo. ¿Acaso son válidas las fuentes reconstruidas y deformadas con determinados fines? Mi amigo, el próximo fin de semana tómese una hora de su descanso bajo los árboles de su casa y lea "Tema del Traidor y del Héroe". Volverá a dudar de todo.
- Le haré caso, mire lo que le digo, si usted hace lo mismo y me lee a Lucien Febvre – respondió el historiador, algo fastidiado y con tono imperativo – En La Soborna también somos muy profundos, tanto como Borges en Buenos Aires.
- Bueno, el relato lo escribió en la ciudad del tango, pero le diré que transcurre en Irlanda, querido amigo – agregó el literato.
- "!D´accord!", pero sobre la falsedad de las fuentes, debo aseverar que la respuesta es sencilla: Es trabajo de todo investigador ser sumamente escrupuloso con ellas. A él corresponde certificar su veracidad o si no la tiene.
- Usted me está ayudando a argumentar, mi querido, dijo "certificar su veracidad", de modo que una fuente debe ser veraz aunque no sea verdadera. Así va el mundo, nos hacen creer que tal o cual producto es necesario para nuestra felicidad y vamos y lo compramos... y ya somos felices, ¡Ja ja ja!
- Está jocoso hoy, bueno, como lo está siempre, Aristófanes. Usted vive riéndose de cosas serias y sagradas.
- Por eso me hago llamar Aristófanes, ¿no le parece?
- Volviendo a lo anterior – dijo Heródoto, poniendo nuevamente el acento formal que el profesor le había quitado – Considerando que está más preocupado por las fuentes que por discutir sobre esta novelita de principiantes –esta vez con tono burlón - le diré que lo verdadero reclama siempre lo veraz, mientras lo veraz no reclama nunca lo verdadero. A lo primero llamo yo historia, y lo segundo pura ficción. Temo que a usted también lo ha invadido esa prédica del nuevo siglo de sospechar que todo es falso.
- ¡Bueno, no sea extremista hombre! Siempre queda el recurso de la fe...¡Ja ja ja!
- Mire, considerando que damos vueltas sin llegar a ninguna definición clara ni definitiva, le propongo que volvamos a reencontrarnos al final de esta novela. ¿Qué le parece?
- Bien, de acuerdo doctorcito, así el lector sabrá de que estamos hablando y podrá sumarse a nuestras consideraciones históricas-literarias.
- Ok, pro-fe-sor-ci-to... mientras los amigos que están del otro lado hacen lo suyo, ¿acepta una copa de jerez? ¡Vamos, hombre, que El Monje Negro ya cabalga!
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