Por todas partes brotaban caudillos de la tierra, bandidos sociales, delincuentes comunes y pandilleros de a caballo. Algunos promovían levantamientos para la libertad de los pueblos sometidos, otros aprovechaban la confusión para el bandidaje y, las excepciones, más hábiles que inteligentes, apelaron a los movimientos de masa para acceder al poder de las aldeas y las ciudades. A veces, estos mismos eran portadores de la voz de los campesinos y hablaban en su nombre defendiendo los intereses comunes, pero muy pronto, el Estado los subordinaba con muy poco. A los más reacios al chantaje se los compraba con algo más de esfuerzo y un poder feudal que se fue haciendo con los despojos del Imperio.
El Estado, por su parte, reestablecía el orden recurriendo al derecho, un formato legal hecho por los que estaban anclados en el poder mismo. El Código Teodosiano es el mejor ejemplo del modo en como un emperador buscó imponer el concepto de justicia, adecuando todo el sistema jurídico preexistente en torno a una nueva realidad.
Todo aquello que perturbara las buenas relaciones con el individuo estaba sujeto a ser reprimido por la fuerza y su violencia se justificaba en nombre de la mayoría y en beneficio de algunos.
Una fuente antiquísima narra que en cierta aldea del Mar Negro dos o tres revoltosos, un poco inquietos, habían asaltado al cobrador de impuestos. Cuando el romano hizo la denuncia ante las autoridades de Oriente, el poder encontró la razón para justificar sus actos de arbitrariedad más depravados y crueles. Con la farsa de que aquellos hombres y mujeres escondían en sus casas a los malhechores, el pueblo fue sitiado bajo amenazas durante todo el día. Cuando llegó la noche lanzaron los lobos y los mastines hambrientos para descarnarlos. Al alba, el fuego lo arrasó todo. Los bandidos en cuestión nunca habían existido. Mucho tiempo después se descubrió que el cobrador de impuestos había enterrado los beneficios públicos en lugar secreto, donde fue encontrada una enorme tinaja cargada de monedas de oro y plata. Pero el funcionario para entonces ya había muerto. Y la aldea sospechada de producir trigo para los bárbaros del norte había dejado de existir en un lugar donde ya nada crecía.
Cambiaban los hombres pero no las formas. Se hablaba en nombre de todos, pero se actuaba en favor de los que poseían el verdadero poder, un viejo recurso político y social que se justificaba con leyes inventadas por los beneficiarios directos del conflicto....
Solía darse paradojas incuestionables: Un bandido accedía al estatus de caudillo de pueblo, para traicionar, finalmente, su origen aldeano; otros, más afortunados utilizaban al Estado para contribuir a las masas y arrastrar pueblos enteros detrás de sí con el firme propósito de expresar un poder multitudinario. Uno traicionaba desde lo individual hacia lo colectivo, otro, hacía lo mismo, aunque desde lo colectivo hacia lo individual....
La nueva idiosincrasia adoptaba formas cada vez más profundas y preconcebidas para reinventar la historia. Aún, después de la crucifixión, quedaban dudas históricas: ¿Cristo había sido crucificado por profeta, malhechor o revolucionario? ¿Por qué fue crucificado junto a delincuentes? ¿Por qué liberaron a Barrabás, el asesino?
Cristo fue ejecutado porque sus palabras se habían convertido en un peligro para toda Judea. En adelante, este primer ejemplo, sería tomado en cuenta para la quema de los libros y la hoguera de los hombres.
No pretendamos justificar los hechos con aquello de que Pilatos se lavó las manos o Herodes y el Sanedrín eran judíos; Cristo era de la misma raza y no pretendió fundar ninguna nueva religión. Eso sí, fue un provocador y sabía lo que hacía. La palabra, a gran escala, bastaba para desestabilizar. Se descubría, así, que el poder de las armas podía no ser suficiente frente a un verdadero Mesías y la fe ciega de las masas que sucumbían a la prédica. Si, por mero castigo, se ejecutaba a todo un pueblo, ya no habría tributarios, ni mano de obra, ni vasallos. La clemencia, por lo tanto, también fue parte de la farsa....
Consta en fuentes romanas incuestionables que “Cristo había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por Roma, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas”.
En definitiva, el poder siempre había actuado conforme al derecho, pero de una legislación hecha para satisfacer a muy pocos. Cualquiera que se revelara en contra del Estado era vilipendiado y sometido a una campaña de injurias de toda índole. Finalmente, el pueblo se auto convencía por constancia propagandística, la que sólo estaba al alcance de aquellos que disponían de los medios y recursos para imponer el engaño.
Por la misma razón, el salvaje actuaba como un salvaje y su violencia producía terror; pero era su única arma. En cambio, el poder que podía especular con el tiempo y utilizaba los recursos que provenían de sus propios robos y asaltos descarados en todas las regiones del Imperio, siempre vencía. Ese era el punto: Cristo debía ser sacrificado porque perturbaba la tranquilidad del sistema. Todos habían contribuido a su muerte pues a nadie convenía su existencia sobre el terruño donde se vivía, todos se lavaron las manos y todos fueron culpables; hasta los apóstoles varones lo habían negado. Sólo las mujeres fueron valientes para acompañarlo hasta el último suspiro....
El Monje Negro del Apocalipsis, Capítulo XV: "El Cuerno de Oro" (Novela Histórica Registrada)
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