Argentinos/as !!!

La Historia y la Literatura tienen mucho que decir sobre nuestra Identidad. Mi visión no es el único perfil, pero lleva como finalidad la integración del colectivo que consolide la Provincia 25. De manera que funciona como puerta abierta a la memoria y al conocimiento de aquello que, bien o mal, nos pertenece y nos representa. Hecho con afecto para todos los compatriotas...



miércoles, 5 de enero de 2011

Origen de la Mentalidad Argentina 1860-1930 (IV)


El Gaucho: Hijo de la Barbarie

Para completar este cuadro descriptivo de las mentalidades que fueron forjadas durante el período tratado, y sucintamente, aproximar la pintura a un cuadro general sostenido por el conjunto del país, he dejado adrede para el final al personaje que considero como el más auténtico, puro y espontáneo, al hijo de la tierra, al soldado del desierto, a la pampa hecha hombre, al primer producto verdadero de la República: El gaucho. Con el período rosista se acaba su versión libre, su idiosincrasia transparente, natural y, por qué no, hasta salvaje.
Otros tiempos arribaban a la llanura.
Entre Caseros y la Conquista al Desierto va desapareciendo su forma de vida autóctona. En ese brevísimo tiempo de tres décadas sucumbe, ya no el gaucho, sino la raza entera. Lo que le devuelve el período oligárquico es una imagen deformada de lo que fuera. Gradualmente, la nueva realidad social y económica, y las nuevas directrices de un Estado civilizador, le transforma en un modesto peón de estancia.
Sarmiento no se guarda nada cuando, siendo gobernador de su provincia (San Juan), acicatea al presidente Mitre para terminar de una buena vez y por todas con los movimientos caudillescos del interior y sus montoneras; su pluma y su palabra hablaron con elocuencia: “No economice sangre gaucha, esos bárbaros es lo único que tienen de humanos”. Sin embargo, aunque resulta paradójico, en su obra “Facundo: Civilización o Barbarie” traza un interesante cuadro descriptivo, atildado y con sobrada mesura, en el cual describe sucesivamente al rastreador, al baqueano, al gaucho malo y al cantor. Como dije, una sugestiva caracterización que invito a leer en la obra citada; su análisis queda pendiente por razones de extensión.
Las transformaciones profundas de la época no lo tuvieron en cuenta. Era la expresión de un mundo bárbaro que había que extinguir.
Pronto, con la llegada del alambrado, fue expulsado al desierto. Entrar en territorio civilizado le significaba mostrar papeleta de figurar como trabajador rural de algún terrateniente. Se le perseguía por vago cuando era independiente y le bastaba para sobrevivir a su gusto y manera, de cara al desierto, sobre la llanura, como un jinete solitario despreocupado por el tiempo y las riquezas que ambicionaban los nuevos habitantes de la patria venidos desde el otro mundo.                        
Pronto fue buscado por pendenciero, con justa o sin ninguna causa, para ser destinado a los fortines de las fronteras con el indio.
Pronto se reconoció con el nombre de nadie. Huía de las ciudades perseguido por salvaje; huía de las tolderías perseguido por blanco.
Su condición mestiza había forjado un auténtico noble de la tierra, un caballero medieval traído a las pampas desérticas del sur. Un hombre silencioso, de pocas palabras, de coraje incomparable, de orgullo digno, valiente, intrépido; sobre su corcel, la extensión del mismo. Nadie como él gozaba de tanta destreza para las tareas más duras y ásperas del campo.
Un cronista anónimo escribía en 1877 en el periódico “El Correo de los Niños”: “Para conocer el gaucho es preciso tomarlo desprevenido al lado del fogón, en una carreta, en la cancha, corriendo en el rodeo, boleando en la pampa, bailando en un rancho, cantando en una ramada, pialando en una yerra, domando en un corral, durmiendo en el palenque, arreando en un camino, bromeando en una trastienda, rumbiando de noche, campiando de día, recogiendo, pastoreando, rondando, y entregado libre, espontáneamente a sus faenas, costumbres y vicios”. Magistral caracterización que enmudece a cualquiera, y cuyas palabras reproducen bellas imágenes continuadas de una película que para desgracia del protagonista termina muy mal.
No podemos obviar la cita obligada del “Martín Fierro”; un gran testimonio histórico de la época, una obra cabal tan auténtica, que muchos han creído que José Hernández había representado a un gaucho que él conocía de la campiña bonaerense. Y efectivamente, real y verdadero era el modelo que había creado en su extraordinario poema narrativo, tan verosímil que representaba absolutamente a todos los gauchos.
Hernández había escrito su primera parte en 1872 y fue tan grande el éxito alcanzado, que tuvo que realizar una segunda parte y definitiva siete años después.
Su aceptación, casi incondicional, habría que buscarla a mi juicio en dos puntos: Primero la relación directa entre un personaje épico de la sociedad y la conformación de una cultura propia que se estaba haciendo y, en segundo término, el hecho indiscutible que constituía un poema de protesta social en el que se reconocía no sólo el gaucho, sino además buena parte de la masa pueblerina.
Es significativo que desde almacenes y pulperías los pedidos de productos de consumo que se hacían a los centros urbanos incluyeran “5 bolsas de azúcar, 3 de yerba mate, tabaco, cerillas y un Martín Fierro”. Tengamos en cuenta que, aún, hacia la década del 70 el analfabetismo era masivo en las zonas rurales, lo que sugiere la idea de típicos encuentros sociales en la pulpería, en un fogón o en su lugar de descanso, donde un letrado recitaba para todos, encuentros que solían acompañarse con las interminables payadas en las que el rasgueo de la guitarra y su capacidad de improvisación conjugaban su talento natural.
El gaucho fue el juglar de la transmisión oral.

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